Su sabor nunca desapareció; la droga les arrebató todo, menos su talento salsero, el mismo que los resucitó. Ahora el bajista, el timbalista y el vocalista de Son Callejero van de gira por colegios e instituciones, llevando alegría, como en sus tiempos de gloria y fama, pero con un nuevo mensaje: prevenir de la adicción a niños y adolescentes.
“El ritmo nunca se perdió, la música fue la que me sacó de las calles”, cuenta Roberto Echeverría, el bajista de la orquesta, quien llegó a tocar con Joseíto Martínez, la voz de Latin Brothers, y con quien ganó el Congo de Oro en el Carnaval de Barranquilla. Incluso, Echeverría compartió escenarios con Richie Ray y Bobby Cruz en giras por Colombia.
Viajó, y mucho. Su creatividad en la dirección de orquestas lo llevó hasta escenarios de Estados Unidos y Europa, donde el público los esperaba con ansias de baile y rumba en las décadas de los 80 y 90.
Ahora las presentaciones del último mes fueron en la localidad de Los Mártires, donde niños y adolescentes están expuestos al consumo de esas sustancias, las mismas que arruinaron su carrera.
“Estoy muy enfermo, niños, la droga me hizo mucho daño. Por eso no la prueben, no la reciban”, les dice a los pequeños en condición de vulnerabilidad de una fundación con sede en el barrio Santa Fe.
Echeverría, originario de Ciénaga, Magdalena, y de 61 años, cuenta que poco a poco las drogas se lo fueron llevando luego de 40 años de consumo; se volvió agresivo, y después nadie quería trabajar con él. En esa espiral al abismo terminó en la calle del ‘Cartucho’ y luego de allí, en el ‘Bronx’, no el de Nueva York, donde alguna vez se presentó, sino el de Bogotá.
Compartiendo escenario con este músico, el viernes 9 de junio a las 5 de la tarde, en aquella fundación en el Santa Fe, y ante 45 niños que sufrieron abandono o maltrato, Antonio Ortiz, ‘Toño’, tocaba los timbales.
Sin timidez, en una de las dinámicas con el grupo, uno de los pequeños era guiado por este hombre en la ejecución del timbal, que en otro tiempo hizo sonar con ritmos de latin jazz y, por supuesto, de salsa, en escenarios de Europa.
“Nos ha ido muy bien en estos colegios. Los pelados han sido muy receptivos y les ha gustado la temática. Les digo que no se metan con la droga. He visto niños de 8 o 10 años consumiendo, y eso es muy triste, hay que hacer algo”, dice Toño, quien nació en la ciudad de Quibdó, Chocó, hace 59 años.
unque no habitó las calles, durante 15 años el consumo de los psicoactivos lo llevó a vivir un infierno, del que pudo salir gracias también a la música, luego de que, hace 8 años, se contactó con Dairo Cabrera, de 44 años y proveniente de El Carmen de Bolívar, quien gestó este grupo de salsa.
“Son Callejero nació como una oportunidad para los músicos que por las drogas se marginaron de sus carreras artísticas. Es una vitrina que les permitió renacer y brindarles una oportunidad”, cuenta Cabrera, quien comenzó a reunir a estos artistas.
Y así, poco a poco, se fueron reencontrando, retomando los instrumentos. Algunos de ellos, como Alberto Puello, el Halcón, de 54 años y quien perteneció a orquestas como la de Manuel Villanueva, de nuevo tomaba el micrófono y se convertía en el vocalista de la naciente orquesta.
Para esa época, también Roberto Echeverría, el bajista, en el hogar de paso para habitantes de El Oasis, de la Secretaría de Integración Social, se reunía con Toño. Ambos, en su tiempo, luchaban contra la sombra de las drogas.
“Ahí comienza mi rectificación en la vida. Toño en esa época ya había salido, pero yo todavía andaba con el cuchillo en la mano”, afirma Echeverría.
El proyecto se puso a andar, y gustó tanto que músicos profesionales que nunca han tenido problemas de consumo se sumaron a la orquesta, como es el caso de Juan Manuel Castillo, un pianista clásico.
“El grupo me parece que ha sido un proyecto pionero, incluso a nivel mundial, con el que se busca rescatar artistas que han sido reconocidos. Les damos a los niños el mensaje de que en cualquier momento podemos encontrar un desliz que es para toda la vida”, afirma.
Luego de la resurrección llegaron las presentaciones y, por supuesto, nuevas grabaciones; pisar los escenarios les revivió la creatividad, pero sus amargas experiencias en las drogas los llevaron no solo a cantar, sino también a prevenir, especialmente a los más vulnerables.
Por eso, en la fundación, Son Callejero pone a bailar a pequeños y a sus profesores. Con una canción hecha para la ocasión: Veneno infernal.
“Oh droga letal, que me envenena la vida. Veneno infernal, llena mi alma de horror. Oh droga letal, no me envenenes más la vida”, cantan juntos los integrantes de Son Callejero el coro de su más sentido son.