Puede ser que las últimas imágenes que usted recuerda de la plaza España sean aquellas en las que delincuentes camuflados entre habitantes de la calle hacían de las suyas, prendían fuego y atacaban comercios, la semana final de mayo del 2016, cuando las autoridades recuperaron la olla del ‘Bronx’.
Pero de esa fecha a hoy se respiran nuevos aires: el sector se ve limpio y ordenado, se eliminaron los cambuches y basuras, la gente de bien trata de renovar energías y revitalizar el sector.
Al caminar por el sitio, ubicado en el corazón de Los Mártires (carrera 19 con calle 10.ª) se percibe una febril actividad vehicular reflejada en el paso de carros, motos y bicitaxis segundo a segundo. Los peatones, de todo cariz, se cuentan por cantidades. Y en estilo neogótico, como un oasis espiritual entre comercios, movilidad y el afán del día a día, se yergue la iglesia de Nuestra Señora de los Huérfanos.
Solo cuenta con un pórtico de acceso, y a despecho de sus dos agujas laterales elevadas al cielo, que deben sumar al menos 20 metros de altura, la nave donde se ubican escasas 18 bancas es mucho más modesta. En otras palabras: su fachada es imponente y su interior es íntimo.
Es posible que, en parte, su aspecto exterior tan marcado haya influido en el episodio que la convierte en una pieza de las memorias nacional y bogotana. Allí se refugiaron varias decenas de ciudadanos que huían de la muerte que, encarnada en machetes, puñales, escopetas y más, corría por las calles el 9 de abril de 1948, el Bogotazo. La imponencia de la estructura, quizás, logró espantar a los desenjalmados.
La gente viene con verdadera creencia y fe a hacer sus peticiones
Ella atiende a un paso de la entrada, en una salita adaptada en el costado anterior de la nave central, y los relatos que transmite los aprendió de la tradición oral que los más ancianos le han legado a la comunidad.
En aquel entonces Nuestra Señora de los Huérfanos era una capilla joven. Muy joven.
Apenas en abril de 1947, un año antes del caos, la había bendecido el obispo auxiliar de Bogotá, Emilio Brigard Ortiz. Su construcción, desde mediados de la década de 1940, fue posible gracias a los dineros aportados por Lorenzo Cuéllar, benefactor que solía invertir en obras de caridad, en especial para niños que carecían de familia y futuro.
Fue entonces como el Instituto Cristiano de San Pablo, organización especializada en atender a chicos sin amparo, recibió el encargado de llevar la parroquia. Uno de los padres asignados fue quien asumió la guía y la templanza para todos los que buscaron protección en este recinto de Dios y la Virgen: aunque no fue posible establecer el nombre del presbítero, el relato advierte que este condujo varias decenas de rosarios durante la noche que pasaron en vela, mientras la ciudad ardía.
“La fe los salvó a todos, gracias a Dios”, complementa Aracely, quien no tiene inconveniente en casi que obsequiar los velones cuando el devoto quiere encender uno pero no le alcanza el presupuesto. “Llévelo y después, cuando vuelva a orar, me paga el resto”, concede la señora, de unos 45 años, al feligrés de turno que aún sumando monedas no logra completar el costo.
La devoción en el templo recae sobre tres figuras: Nuestra Señora de los Huérfanos, el Señor de los Milagros y el Divino Niño. Por obvias razones son más los que llegan a encomendarse a la madre de Jesús, pero los días 14 de cada mes se ofrece una eucaristía en nombre del de los Milagros. En semanas corrientes, las misas son los martes y viernes a las cuatro de la tarde, y los domingos a las 10:30 de la mañana.
“Los devotos pagan 5.000 pesos para que el padre mencione la petición durante la eucaristía. Ellos le piden a Dios, la Virgen intercede y mi Dios concede”, precisa la encargada, detrás de quien esperan velones blancos de todos los tamaños.
Otro aspecto llamativo recae en el mural que engalana el altar. Se aprecia a María cargando a su hijo empeloto, mientras una niña huérfana trata de tocar la pierna del bebé, y un segundo niño, descalzo, los acompaña con aspecto circunspecto.
Entre las paredes y vitrales, no pasará desapercibido un Cristo de piel negra. Un puñado de creyentes le rinden oración, al tiempo que otros cierran los ojos y se encomiendan a sus divinidades de preferencia. “Ella (la Virgen) me ha ayudado mucho, me ha concedido muchas cosas buenas y me hizo un milagro”, cuenta Hernán Darío Hernández, en la puerta de la iglesia. Vive en Soacha pero por cuestiones laborales se mantiene en la localidad de Los Mártires hace ocho años. Desde entonces, no deja de visitar la parroquia.
Factoría
Como extraída de la película de Martin Scorsese, Pandillas de Nueva York, la fábrica de pastas El Gallo luce su fachada cual si esta tarde los trabajadores vinieran a laborar. Pero la verdad es que su cara esconde una verdad más o menos amarga: de puertas para adentro ya no hay capataces ni máquinas hirvientes para la producción; estos se fueron hace más de 40 años. Solo quedan vacío y fantasmas.
Sin embargo, la Corporación Amigos de la Plaza España, organización que reúne a 170 comerciantes, ciudadanos preocupados y varias secretarías distritales, le apunta a recuperar esta infraestructura. Carlos Carvajal, quien lidera el proceso, es hijo de la familia propietaria del inmueble y destaca que la intención es adecuar en los tres pisos una toma gastronómica (con restaurantes), cafés especializados y recintos culturales.
“Es un proceso de revitalización en el que estamos buscando más seguridad para el sector y que la ciudad se apropie. Para arreglar la fachada le quitamos siete capas de pintura vieja y unos grafitis horribles, porque estamos decididos a recuperarla. Eso requiere tiempo e inversión”, sostiene Carvajal.
La historia del edificio, que se diseñó tomando influencias de las tendencias italiana y española de la época, se remonta a 1892. Un italiano, Antonio Faccini, vino a Colombia con el ímpetu y el capital para montar una fábrica de pasta, algo tan excéntrico para la época como hoy puede ser el caviar para el común de los bogotanos. No había otra de su tipo en la República.
Hacia 1930, un artículo firmado por el periodista Eduardo López, en el impreso Temas Nacionales, destacaba que esta fue decana en el país, y que durante los primeros años sus productos se vendieron como si de procedencia extranjera se tratara. Una vez ganado el mercado y satisfechos los comensales, se reveló que en verdad espaguetis, macarrones y demás se elaboraban en la factoría del entonces pujante sector de Los Mártires, con maíz e insumos nacionales.
Incluso, Carvajal sostiene que los creadores de Pastas Doria, marca que en la actualidad compite por llegar a las cocinas colombianas, salieron de El Gallo. A propósito, el edificio que se mantiene en pie con su fachada en ladrillo expuesto, es inconfundible por los tres gallos blancos y de grandes crestas empotrados en lo alto de sendas columnas, en el frontispicio de la edificación.
El documento de López reseña que en 1928 Faccini murió. Socios y familiares tomaron posesión del negocio hasta que este cerró en manos de la familia Marengón, antepenúltima propietaria del inmueble. Para mediados del siglo XX y un par de décadas más tarde, el sector podría equipararse a lo que hoy es Corabastos. Amas de casa y negociantes iban a comprar frutas, verduras y toda suerte de productos de primera necesidad.
Con la salida de maquinarias y trabajadores sobrevino un tiempo de abandono y olvido, tanto que para 1993 ocupantes se habían tomado los tres pisos del lugar y vivían allí como poseedores de hecho. Un proceso administrativo resolvió el asunto y al final este quedó en manos de la familia Carvajal, con tradición en el negocio de abarrotes. En esa época ya solo quedaban vestigios de la pujanza vivida a principios de la centuria.
Desde entonces y a pesar de sus incómodos vecinos de los últimos años (consumidores de droga, jíbaros y vándalos), la fábrica de pastas El Gallo ha estado 25 años a la espera de un renacer, un lustre renovado que hoy Carlos y los Amigos de la Plaza España le quieren retornar.
FELIPE MOTOA
BOGOTÁ
Fuente: https://www.eltiempo.com/bogota/igleisa-de-los-huerfanos-y-la-fabrica-el...